A diario vemos en los informativos de TV y leemos en las páginas de los periódicos noticias relacionadas con la violencia contra las mujeres: violaciones en las calles de La India, mujeres muertas a manos de sus maridos, explotación sexual… Por no hablar de casos extremos como Ciudad Juárez, en México, donde ser mujer parece una irremediable condena a muerte. Un dato sobrecogedor: según el Fondo de Desarrollo para la Mujer de Naciones Unidas, al menos una de cada tres mujeres del planeta será golpeada, violada o sufrirá cualquier tipo de abuso a lo largo de su vida.
Pero, ¿puede el arte contribuir a que esto cambie, a movilizar el cambio social? Para responder a esta pregunta, o al menos para hacernos reflexionar sobre este asunto, la Fundación Canal de Madrid abre hoy sus puertas a una exposición de marcado carácter de denuncia social que reúne 28 miradas de artistas de todo el mundo contra la violencia machista hacia las mujeres.
Detrás de cada una de estas obras hay una historia desgarradora. Es el caso, por ejemplo, de Patricia Evans. La artista relata en una instalación fotográfica que su propia violación no sólo la sufrió ella sino también sus familiares y amigos. El título de la obra, «Oculto en un verde radiante, un hombre aguarda. En las manos cegadas por el odio, la oscuridad acecha», es una frase del libro que publicó el marido de Patricia Evans en el que cuenta el efecto que tuvo en él y en su entorno la violación de su esposa, que tuvo lugar en 1988 mientras hacía footing a orillas de un lago en Chicago.
Violaciones, quema de novias…
El tema de la violación se repite en la obra de otras artistas, como la norteamericana Joyce J. Scott, que denuncia la visión occidental de África (un zoo humano para los turistas), mientras las refugiadas que han sobrevivido al genocidio de Darfur han sido violadas al menos una vez.
La pakistaní Maimuna Feroze-Nana aborda un asunto tan espinoso como la quema de novias en su país: el asesinato de una joven por parte de su marido o sus familiares porque la familia se niega a pagar una dote adicional. La brutal tradición de estos «asesinatos de honor» consiste en rociar a la novia con gasolina, prenderle fuego y dejar que muera ardiendo. Según Amnistía Internacional, estos delitos apenas acaban en condenas. La obra expuesta es un maniquí con un velo de novia manchado de sangre.
La senegalesa Fatou Kande Senghor exhibe unas impactantes fotografías que reflejan cómo las jóvenes de su país son obligadas a casarse en matrimonios forzosos. Un grupo de chicas posan completamente tapadas: sólo se ven sus ojos, que parecen llenos de miedo. Aguardan, como si fueran ganado en una feria, a ser elegidas como esposas. Es una forma de abuso más contra los derechos humanos.
Una curiosa historia es la que protagonizaron un grupo de mujeres en zonas de conflicto (Sierra Leona, Costa de Marfil, Senegal) en 2007. Bajo la dirección de la escritora y fotógrafa Ann Jones, el International Rescue Committee les proporcionó cámaras de fotos para que retrataran su día a día. Al ver las imágenes que ellas mismas habían tomado pudieron ser conscientes del decisivo papel que ellas juegan en sus sociedades. Además, se sentó a los hombres de sus comunidades para que las vieran también.
Abramovic, Yoko Ono, Bourgeois…
Hay nombres reconocidos en esta exposición, organizada por Art Works For Change, con el apoyo de las Fundaciones Oak y Nathan Cummings. Es el caso, por ejemplo, de Marina Abramovic, una de las artistas más internacionales. En una performance grabada en vídeo, de su serie «Épica erótica balcánica», golpea fuerte e insistentemente su abdomen desnudo con una calavera. Con este trabajo la artista reflexiona sobre lo que convierte las violaciones en algo frecuente en las guerras y conflictos étnicos.
Otro de los grandes nombres presentes es Yoko Ono, con el vídeo de su célebre performance «Cut Piece», que se celebró en dos ocasiones: en 1965 y en 2003. La viuda de John Lennon aparece sentada sobre una silla. En el suelo, unas tijeras. Se invita a los espectadores a que las cojan y rompan con ellas un trozo del vestido de Yoko Ono. Ella mantiene serena la compostura ante esta forma de violación. También está representada otra de las grandes artistas que más ha defendido a la mujer: la desaparecida Louise Bourgeois. Cuelga en la muestra un dibujo suyo, «El accidente», en el que el cuerpo de una mujer aparece atravesado por una muleta. No tiene brazos. Luce tacones. Ella sonríe… También hay obra de la palestina Mona Hatoum. Su famosa «Por encima de mi cadáver» (un soldadito camina por la nariz de una mujer) es una llamada a las mujeres a rebelarse contra cualquier tipo de violencia.
Sin sensacionalismo
La exposición trata de no caer en el sensacionalismo. Hay imágenes que, sin ser crudas, lo dicen todo. Es el caso de una fotografía de la japonesa Yoko Inoue, en la que aparece una chica con una sartén en la mano que tapa parte de su rostro y su torso. Alude la imagen a la cacerolada, una práctica que tienen las mujeres de muchas comunidades de protestar, de decir «No, «Basta».
El montaje, muy stendhaliano, en rojo y negro, muy dramático, da mayor efectismo a las obras. Aclara la comisaria de la exposición, Randy Rosenberg, que «no se trata de una exposición feminista. Defiende los derechos humanos más básicos. El tema de la violencia contra las mujeres no es un problema aislado. Afecta a ricos y pobres, jóvenes y mayores… El objetivo de la muestra es dar vida a estas historias, entablar conversaciones sobre lo que significa este problema».