28 miradas contra la violencia machista

 ¿Puede el arte contribuir a movilizar el cambio social? Al menos sí ayuda a concienciar sobre la situación de las mujeres en el mundo. Una exposición en la Fundación Canal así lo demuestra


© Fatou Kandé Senghor

A diario vemos en los informativos de TV y leemos en las páginas de los periódicos noticias relacionadas con la violencia contra las mujeres: violaciones en las calles de La India, mujeres muertas a manos de sus maridos, explotación sexual… Por no hablar de casos extremos como Ciudad Juárez, en México, donde ser mujer parece una irremediable condena a muerte. Un dato sobrecogedor: según el Fondo de Desarrollo para la Mujer de Naciones Unidas, al menos una de cada tres mujeres del planeta será golpeada, violada o sufrirá cualquier tipo de abuso a lo largo de su vida.

Pero, ¿puede el arte contribuir a que esto cambie, a movilizar el cambio social? Para responder a esta pregunta, o al menos para hacernos reflexionar sobre este asunto, la Fundación Canal de Madrid abre hoy sus puertas a una exposición de marcado carácter de denuncia social que reúne 28 miradas de artistas de todo el mundo contra la violencia machista hacia las mujeres.

Detrás de cada una de estas obras hay una historia desgarradora. Es el caso, por ejemplo, de Patricia Evans. La artista relata en una instalación fotográfica que su propia violación no sólo la sufrió ella sino también sus familiares y amigos. El título de la obra, «Oculto en un verde radiante, un hombre aguarda. En las manos cegadas por el odio, la oscuridad acecha», es una frase del libro que publicó el marido de Patricia Evans en el que cuenta el efecto que tuvo en él y en su entorno la violación de su esposa, que tuvo lugar en 1988 mientras hacía footing a orillas de un lago en Chicago.

Violaciones, quema de novias…

El tema de la violación se repite en la obra de otras artistas, como la norteamericana Joyce J. Scott, que denuncia la visión occidental de África (un zoo humano para los turistas), mientras las refugiadas que han sobrevivido al genocidio de Darfur han sido violadas al menos una vez.

La pakistaní Maimuna Feroze-Nana aborda un asunto tan espinoso como la quema de novias en su país: el asesinato de una joven por parte de su marido o sus familiares porque la familia se niega a pagar una dote adicional. La brutal tradición de estos «asesinatos de honor» consiste en rociar a la novia con gasolina, prenderle fuego y dejar que muera ardiendo. Según Amnistía Internacional, estos delitos apenas acaban en condenas. La obra expuesta es un maniquí con un velo de novia manchado de sangre.

La senegalesa Fatou Kande Senghor exhibe unas impactantes fotografías que reflejan cómo las jóvenes de su país son obligadas a casarse en matrimonios forzosos. Un grupo de chicas posan completamente tapadas: sólo se ven sus ojos, que parecen llenos de miedo. Aguardan, como si fueran ganado en una feria, a ser elegidas como esposas. Es una forma de abuso más contra los derechos humanos.

Una curiosa historia es la que protagonizaron un grupo de mujeres en zonas de conflicto (Sierra Leona, Costa de Marfil, Senegal) en 2007. Bajo la dirección de la escritora y fotógrafa Ann Jones, el International Rescue Committee les proporcionó cámaras de fotos para que retrataran su día a día. Al ver las imágenes que ellas mismas habían tomado pudieron ser conscientes del decisivo papel que ellas juegan en sus sociedades. Además, se sentó a los hombres de sus comunidades para que las vieran también.

Abramovic, Yoko Ono, Bourgeois…

Hay nombres reconocidos en esta exposición, organizada por Art Works For Change, con el apoyo de las Fundaciones Oak y Nathan Cummings. Es el caso, por ejemplo, de Marina Abramovic, una de las artistas más internacionales. En una performance grabada en vídeo, de su serie «Épica erótica balcánica», golpea fuerte e insistentemente su abdomen desnudo con una calavera. Con este trabajo la artista reflexiona sobre lo que convierte las violaciones en algo frecuente en las guerras y conflictos étnicos.

Otro de los grandes nombres presentes es Yoko Ono, con el vídeo de su célebre performance «Cut Piece», que se celebró en dos ocasiones: en 1965 y en 2003. La viuda de John Lennon aparece sentada sobre una silla. En el suelo, unas tijeras. Se invita a los espectadores a que las cojan y rompan con ellas un trozo del vestido de Yoko Ono. Ella mantiene serena la compostura ante esta forma de violación. También está representada otra de las grandes artistas que más ha defendido a la mujer: la desaparecida Louise Bourgeois. Cuelga en la muestra un dibujo suyo, «El accidente», en el que el cuerpo de una mujer aparece atravesado por una muleta. No tiene brazos. Luce tacones. Ella sonríe… También hay obra de la palestina Mona Hatoum. Su famosa «Por encima de mi cadáver» (un soldadito camina por la nariz de una mujer) es una llamada a las mujeres a rebelarse contra cualquier tipo de violencia.

Sin sensacionalismo

La exposición trata de no caer en el sensacionalismo. Hay imágenes que, sin ser crudas, lo dicen todo. Es el caso de una fotografía de la japonesa Yoko Inoue, en la que aparece una chica con una sartén en la mano que tapa parte de su rostro y su torso. Alude la imagen a la cacerolada, una práctica que tienen las mujeres de muchas comunidades de protestar, de decir «No, «Basta».

El montaje, muy stendhaliano, en rojo y negro, muy dramático, da mayor efectismo a las obras. Aclara la comisaria de la exposición, Randy Rosenberg, que «no se trata de una exposición feminista. Defiende los derechos humanos más básicos. El tema de la violencia contra las mujeres no es un problema aislado. Afecta a ricos y pobres, jóvenes y mayores… El objetivo de la muestra es dar vida a estas historias, entablar conversaciones sobre lo que significa este problema».

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El fotoperiodismo tiene mucho arte

 Ámsterdam acoge por unos días un debate sobre la manipulación y estetización de la imagen


Thomas Kanuwera, inmigrante zimbauense en Sudáfrica,retratado tras una brutal agresión. / PEP BONET

La exposición de fotografía y multimedia itinerante más conocida del mundo, la que da a conocer las obras galardonadas con los Premios World Press Photo, no es un evento artístico, sino una celebración del mejor fotoperiodismo. Pero, al igual que ocurre con otros ámbitos fronterizos de la creación humana, los elementos formales, el tipo de enfoque narrativo y el tratamiento visual empleados confieren una creciente importancia al papel del fotógrafo como creador y responsable de una declaración de intenciones más o menos explícita.

Tanto en la muestra, recién inaugurada en Ámsterdam en la Oude Kerk —la antigua iglesia gótica—, como en las jornadas de proyecciones y debates paralelas, se detecta no sólo una mayor conciencia de las posibilidades expresivas del medio (ya sean imágenes fijas o en movimiento), sino la aceptación de que el aspecto creativo no interfiere necesariamente en la veracidad de un documento. Es más, a menudo es capaz de potenciar la inmersión del espectador en la realidad que se pretende comunicar.

Al dar una mayor importancia a aspectos como el tipo de iluminación, el encuadre o el contexto (y el subtexto) de la imagen, la fotografía documental refleja una querencia que ha definido tradicionalmente a la cultura en sentido amplio: la voluntad, no solo de transmitir una realidad, sino de crear una obra original, de conmover y de perdurar en el tiempo.

Una de las imágenes más impactantes incluidas es la que muestra a una mujer, Aida, tras el bombardeo de su hogar en Idlib por el Ejército sirio en la primavera de 2012. La sangre atestigua las heridas sufridas en el ataque. Pero son sus ojos los que muestran el horror de una persona que ha perdido a su marido y a dos de sus hijos.

“Esos ojos verdes me recordaron a toda mi familia, emigrada de Homs a Buenos Aires a principios del siglo pasado”, explica el autor de la imagen, Rodrigo Abd. “Sus otras tres hijas, ensangrentadas por las heridas sufridas en la explosión, me hicieron el signo de la victoria mientras las fotografiaba”, recuerda el fotógrafo de Associated Press. “Para mí no hay un conflicto entre estética y documento. Si las herramientas fotográficas y el conocimiento estético son usados para el objetivo final, que es documentar mejor y aumentar la sensibilización, bienvenidos sean”.

Profundizar es también el maná al que aspira el sueco Paul Hansen, ganador del premio 2013 a la foto del año, que muestra a niños víctimas de un ataque del Ejército israelí en Gaza, en primer plano de una procesión de familiares en duelo.

“La dialéctica entre ellos y nosotros siempre acaba descomponiéndose cuando te aproximas al individuo, a su contexto y conoces su destino”, dice Hansen. No podemos quedarnos en una foto del día que se reduzca a un signo de exclamación simplificado”.

El fotógrafo recibió algunas críticas por el tratamiento de la luz en su imagen, que habría acentuado la espectacularidad de la foto. Él les resta importancia: “Entiendo que en ese contexto geopolítico siempre habrá quien ponga interrogantes”.

Santiago Lyon, vicepresidente de AP y presidente del jurado de fotografía de los World Press Photo, que vio la foto original y la publicada, defiende a Hansen. “Aunque nuestros estándares [de agencia] en cuanto al retoque son más estrictos, no pretendemos que sean los únicos. Mi única preocupación es que la manipulación en la posproducción pueda cambiar la percepción de la escena y engañar al lector, y en ese caso no es así”.

En esta edición de los premios se detecta un reconocimiento creciente del documental multimedia. En esta categoría han sido premiados, en la subcategoría de piezas interactivas, el fotógrafo Miquel Dewever-Plana y la periodista Isabel Fougère por Alma, un proyecto multisoporte centrado en el testimonio de una expandillera guatemalteca.

“Hemos buscado mostrar a Alma con una estética sobria para obligar al espectador a mirarla a los ojos, dentro de una narrativa lineal, no fragmentaria, y rehuyendo la estética arquetípica de la marginalidad”. Fougère reivindica, asimismo, “la liberación” que ha supuesto utilizar “códigos de la dramaturgia, la cinematografía, la literatura…” para superar “los límites formales del periodismo”.

Si Picasso descompuso la forma para plasmar en un lienzo la masacre de Guernica, la fotografía documental del siglo XXI sigue buscando nuevas vías para contar lo vivido y apropiarse de (casi) todos los recursos formales a su alcance.

El fotógrafo mallorquín Pep Bonet ahonda en esa experimentación en su corto documental Into the shadows, sobre la explotación de inmigrantes en Johannesburgo, primer premio en su categoría, y que en realidad es “el avance de un largometraje pensado para festivales de cine”. Bonet entiende que, “para contar según qué historias, la fotografía sola no basta”. Y recuerda que “la capacidad que tiene la gente de recordar una historia tiene mucho que ver con la presencia de una estética fuerte”.

A veces es la constatación del espectáculo que ofrece la realidad lo que hace mágica una foto. Así le ocurrió a Daniel Rodrigues, freelance portugués reconocido por su imagen de jóvenes jugando al fútbol en Guinea Bisau. “Estamos habituados a la fotografía de fútbol con teleobjetivo”, dice. “Yo quise jugar con ellos y meterme en el partido para mostrar captar su felicidad, su acogida… ese África que trasciende el cliché de la miseria”.

Javier Manzano, fotógrafo y camarógrafo freelance mexicano premiado por su reportaje sobre la guerra de Siria, destierra cualquier pretensión artística del fotoperiodismo, aunque admite la preocupación estética en la realización de la imagen “como una capa secundaria, por debajo de la evidencia”.

Hay que alejarse del campo de batalla para poder alcanzar la amalgama entre información y creación estética. Y concluir, viendo la obra de autores como Fausto Podavini (Italia), Stephan Vanfleteren (Bélgica), Maika Elan (Vietnam), Jessica Dimmock, Stephanie Sinclair (EEUU) y Anna Bedynska (Polonia), que se puede, por momentos, distraer la atención del documento, provocando una placentera y ¿pecaminosa? experiencia estética.

fuente: elpais.com, Juan Peces, Amsterdam (26/04/2013)

 

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La nueva fotografia es movil

 

 

 

Armados de un móvil y de aplicaciones como Instagram, una legión de fotógrafos amateur deja su sello en las calles
Se fotografía con móvil pero no tiene identidad móvil si no se comparte lo antes posible
«La fotografía con móvil es sin duda la fotografia más horizontal y democrática»

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La fotografía ya no es lo que era. La más grande comunidad de internet en el mundo, con 100 millones de usuarios-socios (Instagram), está compuesta –sobre todo– por fotógrafos amateur de móvil y on line. Y ha llegado a esos números tan solo en dos años y medio de vida.

 

 

Es un sector del consumo que consume poco en material fotográfico pero que podría tener más fuerza de presión mundial que un país entero de votantes. En estos momentos ningún grupo de activistas, aficionados o groupies supera esta cifra. Y el sector de la mercadotecnia ya ha captado a autores que tienen 300.000 seguidores para intentar seducir a esos posibles nuevos clientes.

Básicamente la fotografía móvil (mobilephoto) consiste en compartir sin parar fotos capturadas con móvil y tratadas (mejoradas, embellecidas) con aplicaciones ultrarápidas del mismo móvil o de programadores de la misma comunidad, sin ni siquiera pasar por la pantalla del ordenador. Del móvil a la red en un instante. Sin palabras o textos.

Es como un twitter no literario sino visual y con la misma inmediatez que un tuit que se genera desde un móvil según la inspiración nos dicte.

Se fotografía con móvil pero no tiene identidad mobile si no se comparte lo antes posible. La fotomovilmanía se autodefine cuando las personas no pueden cerrar el día sin haber hecho una instantánea de lo que comieron o de sus nuevos gadgets o zapatos y lanzarlo a la red. Es decir, un diario visual y multicompartido.

El D-ive ha sido el primer festival de fotografía móvil que tiene lugar en España (en este caso en el Hub Diseny de Barcelona). A sus puertas un grupo de usuarios empieza a conocerse en la cola de acceso, y como en todo lo que es anónimo y espontáneo vuelan las sorpresas: el primer rubor entre personas que llevan dos años carteándose sin haberse visto ni oído nunca antes, y en cuestión de segundos la conversación pasa a ser profunda, íntima y arrastrada por la pasión que les une.

Ellos se sienten principiantes y novatos haciendo pinitos con una tecnología muy poderosa y capaz de crearles una galería virtual internacional de la noche a la mañana. No son fotógrafos con una calidad profesional o artística, son fotógrafos que llegarán a ser artistas y periodistas a tenor de su intención narrativa y su tenacidad en manejar los últimos gadgets enlatados para maquillar fotos.

Pero son los nuevos reporteros de la nueva democracia, ellos tienen la instantaneidad a flor de piel y pueden emitir sus contenidos cuando lo desean. Es un servicio a la ciudadanía que a veces provoca transparencia, como cuando los usuarios catalanes de Instagram emitieron lo que sucedía en la concentración del movimiento Indignado en Plaza Catalunya mientras las televisones catalanas y nacionales aún no lo hacían. Esa presencia obligó a los medios de comunicación y al Gobierno a tomar otras actitudes.

La fotografía móvil on line es esa suerte de imágenes que en su mayoría parecen sacadas del baúl de los años 50, donde los tonos tiran a magenta o a miel y los verdes se hacen ácidos, y la piel alcanza el costoso look de los anuncios de las casas de cosmética. Donde los autorretratos son nostálgicos cuyo aspecto clásico se lo dan los filtros y aplicaciones que los programadores de esta comunidad han conseguido simplificar desde la industria de la fotografía digital hasta al mundo de los smartphones. Pero eso es solo una tendencia de temporada. Es verdad que lo que gusta es el aspecto de la foto analógica 6×6, de formato cuadrado viñeteado y avejentado, pero lo grande de esta comunidad no es su look sino la comunidad misma.

La comisaria del festival es una de ellos. Carol de Brittos es profesora de secundaria (inglés y ciencias), hace solo dos años que se pasó al mundo de la foto móvil: «Sería fácil decir que en dos años convertirse en comisaria de una materia es intrusismo laboral y a la vez es para congratularse de que algo así haya roto tantas barreras y haya democratizado el acceso, el uso y la difusión de la fotografía».

«Sí, la fotografía con móvil es sin duda la fotografia más horizontal y democrática. En D-ive un curso de chavales de tercero de ESO dará un taller a adultos sobre cómo crear aplicaciones de Android. Organizo este festival porque hace dos años me descargué una aplicación de una red social de fotografía. Hasta entonces había esperado para hacer una inversión de tiempo y dinero, comprarme una reflex y estudiar. Pero cambié el método y sin pensarlo mucho en su lugar empecé a usar la herramienta que todos llevamos en el bolsillo, más bien que las compañías telefónicas nos han metido en el bolsillo. Al descubrir que detrás del móvil hay toda una red social, la fotografía deja de dar miedo».

Sobre el respeto a la privacidad de las personas fotografiadas en lugares públicos, De Brittos añade: «Hace falta sentar las bases. Cualquier dispositivo tecnológico tiene el mismo problema, hoy no hay privacidad ninguna mientras sigamos deseando la exposición pública constante. Hay que revisar el exhibicionismo que vivimos, pues en el momento que nos respetemos a nosotros mismos y seamos conscientes de cómo nos estamos exponiendo, entonces tendremos la empatía necesaria y pondremos las bases para respetar a las otras personas».

Para una gran exponente profesional de la FotoMóvil, la fotoreportera catalana Maika Vergara, periodista desde los 19, «cada vez hay más fotoperiodistas, consagrados o no, que evitan el debate entre foto de cámara de móvil y de cámara reflex y apuestan sencillamente por el resultado.»

Ella recuerda la fecha, 20 de octubre de 2012, cuando la primera imagen tomada con iPhone y no editada con Photoshop se convertía en portada de The New York Times: «Esta fecha marcó un antes y después en la prensa diaria. Un mes más tarde, Kira Pollackla, directora de Time, dio las claves de acceso a la cuenta de Instagram de la revista a cinco prestigiosos fotógrafos, colaboradores habituales de la revista, Michael Brow, Benjamin Lowy, Kashi Ed Quilty Andrew y Stepjen Wilkes. Los cinco tendrían que cubrir la evolución del huracán Sandy. Pollack eligió Instagram por «necesidad» porque iba a ser la ruta más directa para cubrir el acontecimiento. Y en 48 horas, la cuenta de Time de Instagram sumó 12.000 nuevos seguidores, y fue el responsable del 13% de todo el tráfico de Time.com. Para mí, Instagram es una herramienta de comunicación y es la mejor red social para periodistas. Twitter es una cosa e Instagram es otra. Y como periodista me quedo con Instagram».

eldiario.es, Cristina Barchi (21/04/2013)

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La ninera escondia un tesoro

 

 

 

El legado fotográfico de Vivian Maier abre la puerta de su apasionante y secreta historia
Los 100.000 negativos fueron rescatados por casualidad por un joven de Chicago en una subasta

 

 

 

Autorretrato de Vivian Maier de junio de 1953. / Vivian Maier/Maloof Collection

 

A pesar de que contamos con al menos 100.000 certezas sobre cómo y qué miraba, hay demasiadas preguntas sin respuesta sobre quién era Vivian Maier. Niñera durante 40 años, murió en 2009, pobre, sola y sin saber que su secreta y obsesiva pasión, la fotografía, la sacaría del anonimato hasta convertirla en una enigmática y fascinante figura. El legado de Maier, a quien algunos llaman la Mary Poppins de la fotografía (solo se entendía bien con los niños que cuidaba), se ha convertido en una genuina sorpresa para los especialistas, que asisten atónitos a un corpus fotográfico de 100.000 negativos dotados de una modernidad, personalidad y calidad insólita para los años y las circunstancias en los que fue concebido. Ahora, y por primera vez de manera exhaustiva, una exposición itinerante producida por Dichroma Photography, comisariada por Anne Morin y programada en la sala San Benito de Valladolid a partir del 8 de mayo —viajará después a París y Estocolmo—, muestra 120 de sus fotografías y nueve películas en Super 8.

 

Envuelta en incógnitas, la historia de Maier es de esas cuya veracidad cuesta creer. En 2007, en una modesta subasta en Chicago, un veinteañero llamado John Maloof compró por 300 euros un archivo desconocido que podía servirle de ayuda para un libro en el que trabajaba acerca de su barrio. El vendedor del material, guardado en un armario, era el dueño del guardamuebles donde había sido abandonado a su suerte hacía años. Cuando Maloof desempolvó el contenido lo desechó para su investigación, pero decidió revelar una parte y revenderla en Internet. Fue entonces cuando el reputado crítico e historiador de fotografía Allan Sekula se puso en contacto con él para evitar que siguiera dispersando aquel material prodigioso.

 

“Cuando intenté buscarla ya era demasiado tarde”, asegura John Maloof

Sekula dio la voz de alarma: aquellas instantáneas callejeras tomadas en los años cincuenta y sesenta no eran cualquier cosa, estaban cargadas de talento. ¿Quién había capturado a esos hombres borrachos tirados en una playa o en una acera? ¿A los niños de ojos grandes y cara sucia? ¿A las ancianas con mandiles y mirada desafiante? ¿A las bellas mujeres reflejadas en aún más bellos edificios? ¿Quién era aquella fotógrafa que no temía romper la composición para ir más allá de lo que alcanza el objetivo?

 

Maloof, consciente del tesoro rescatado prácticamente de la basura, empezó un minucioso trabajo de investigación, recuperación y protección del archivo de Vivian Maier. Averiguó que era de origen francés, que había vivido entre Chicago y Nueva York cuidando niños y fotografiando de manera compulsiva los suburbios y las aceras de las dos ciudades. Mientras todo esto ocurría, Maier aún malvivía en el apartamento que tres de los niños que había criado le pagaban por caridad y en el que finalmente murió en 2009, a los 83 años, en la más absoluta soledad. “Cuando intenté buscarla ya era demasiado tarde, al principio y durante bastante tiempo solo supe su nombre”, explica Maloof en conversación telefónica desde Chicago. A punto de cumplir 32 años, y con un documental sobre la fotógrafa en ciernes, reconoce que el creciente interés por Maier le está desbordando. “Mi vida ha cambiado, no puedo solo con tanto material. Quiero hacer este trabajo con extremo cuidado, preservar su obra con cabeza. Ella ha sido un ejemplo para mí, una artista que trabajó solo para sí misma, sin ninguna presión externa, probablemente de la manera que muchos desearían y no pueden”. Asesorado por el célebre galerista y coleccionista Howard Greenberg, Maloof cree que quedan años de estudio por delante. “Cada negativo requiere un trabajo detectivesco”.

 

Fotografía sin fecha tomada en Nueva York.

Vivian Maier/Maloof Collection, Courtesy Howard Greenberg

“Se sabe muy poco de sus orígenes”, relata la comisaria Morin. “Su madre era francesa y ella nació en Nueva York. Pasó su infancia entre Francia y Estados Unidos. Cuando el padre las abandonó, la madre convivió una temporada con una pionera de la fotografía, la surrealista Jeanne J. Bertrand. Es posible que ahí naciera su interés y su vocación”. Cuando la historia de Maier empezó a conocerse en los circuitos de arte, Morin decidió estudiarla. “Todo el ruido generado alrededor de este hallazgo me acercó a ella, pero luego, cuando comencé a conocer a fondo su trabajo, sentí una enorme atracción: una niñera que en sus ratos libres había construido un mundo paralelo totalmente secreto y oculto. Grababa sonidos callejeros, sacaba fotografías y filmaba en Super 8. Y lo hacía con una modernidad absoluta. Era una vanguardista”.

 

“Era una poeta de la sombra”, afirma la comisaria Anne Morin

 

Lo primero que Maier pidió en la casa donde trabajó más de 20 años fue un cuarto propio y una cerradura. Como tantas mujeres soñaban, a lo Virginia Woolf, le bastaba con una habitación propia para crear. Nadie sabe a ciencia cierta qué pasó durante lustros entre aquellas cuatro paredes, pero lo cierto es que los niños a los que cuidó jamás conocieron el secreto de su querida nanny. Por desgracia, también explica el muro de silencio (y opresión) que hasta no hace tanto separaba a las familias burguesas de sus empleadas de hogar. “Maier representa la quintaesencia de una figura de la ficción victoriana, la nanny, la gobernanta, es decir una outsider, pero con un acceso privilegiado a una vida doméstica en la que se le permite desarrollar un solo don: la capacidad de observación”, escribe el novelista británico y especialista en fotografía Geoff Dyer.

 

Sin título, 1954. / Vivian Maier/Maloof Collection, Courtesy Howard Greenberg Gallery, New York

“Ella estaba a gusto con los niños porque era uno de ellos. No quiero hacer psicología, pero fue una niña grande, alguien que no creció y que solo se sentía bien en ese mundo perdido de la infancia”, prosigue Morin, que de todo el trabajo de la fotógrafa se queda con sus autorretratos. “En ellos se está buscando permanentemente desde una frontalidad rota, ya sea a través de espejos, ventanas o de su propia sombra. Pero nunca frente a la cámara. Nunca la podemos identificar del todo. Era una poeta de la sombra, no necesitaba tener luz. Vivía en la periferia de las cosas”.

 

Maier no revelaba sus carretes, no se lo podía permitir. Solo tomaba fotos sin descanso y sin que aparentemente le importara el resultado final. También coleccionaba libros de arte y las esquelas de los periódicos. De una de ellas sacó el relato de una de sus películas en Super 8. Es la historia de una madre y un hijo asesinados. Maier fue con su cámara y rodó primero el supermercado donde la madre trabajaba, luego la casa donde vivía con el hijo, y así, uno a uno, todos los lugares a los que aquellas pobres almas jamás volverían. En una de las cintas que John Maloof encontró, Vivian Maier había grabado su idea del paso de la vida: “Tenemos que dejar sitio a los demás”, se dijo. “Esto es una rueda, te subes y llegas al final, alguien más tiene tu misma oportunidad y ocupa tu lugar, hasta el final, una vez más, siempre igual. Nada nuevo bajo el sol”.

 

Se especula con su timidez aguda, con el uso de la cámara como un escudo para acercarse a las personas y poder mirarlas, con su fuerte conexión con los más débiles, con su sosiego alrededor de los niños, los únicos que saben estar en el presente porque no tienen conciencia ni del pasado ni del futuro, y con las posibles patologías de su personalidad esquiva y obsesiva. Pero lo cierto es que nadie podrá flanquear jamás el cuarto con cerrojo de aquella impenetrable mujer que, al menos 100.000 veces, se asomó a la vida con su secreto al hombro.

 

 

Elpais Cultural,  Esla Fernández Santos (21/04/2013)

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Ione Saizar, o la ‘poesia’ visual del iPhone

 

 

 

'A stage outside myself, the lure of the other' y 'Carne totalmente anochecida y amanecida'. | Ione Saizar [MÁS FOTOS]

‘A stage outside myself, the lure of the other’ y ‘Carne totalmente anochecida y amanecida’

 

 

Ha sido un invierno de noches largas y luz de gas, ideal para emboscarse en el laberinto urbano y rastrear con la ayuda del iPhone esos momentos de soledad y perdición, de brumas y misterios, de excesos y carencias…

 

«Me encanta perderme en la noche de Londres y jugar a la confrontación entre lo oculto y lo invisible, cuestionar la relación del humano con la ciudad y el hecho de convivir con gente que realmente desconocemos, buscar siempre una interpretación subjetiva».

 

Ione Saizar (Zarauz, 1965) lleva más de una década recorriendo la capital británica con la premura del fotoperiodista, aunque con una puerta siempre abierta a la tercera dimensión (la artística) que tantas veces muere estrangulada por la letra impresa. A su trabajo diario le faltaba unas gotas de poesía, y eso es lo que ha encontrado con la ayuda insospechada de un iPhone.

 

‘Suburbs of a Secret’ da título a la exposición de la fotógrafa vasca en la Galería Smart del Espacio Raw en Madrid, con una selección de escenas captadas con nocturnidad y sin alevosía, de una manera casi imperceptible para el paseante fugaz, la mujer con tacones o la pareja furtiva.

 

«Say you, say me». «Más intenso de lo normal». «Carne totalmente anochecida y amanecida»… Las imágenes vienen acompañadas de acotaciones mínimas, a modo de crónicas etéreas e imprecisas.

 

 

Un arte evolutivo

 

«En el trabajo periodístico se espera que la foto sea conclusiva, que aporte una información y ofrezca una síntesis clara de lo que ocurre en escena. En mi trabajo personal paso lo contrario. La acción es inconclusa. La atmósfera o el ambiente son los de una ciudad cualquiera. Y los fotografiados tienen el elemento común de lo que no sabemos».

 

Ione Saizar (‘Ionecell’ para quienes estamos conectados con ella) comenzó a tomarse seriamente la fotografía ‘móvil’ hace aproximadamente un año. «Es como usar una cámara de juguete, una herramienta tecnológica sofisticada, con ventajas e inconvenientes, que una vez los conoces se convierten en interesantes posibilidades creativas de producción y difusión».

 

«La imagen se crea cuando se dispara, tal vez antes, y lo bueno del iPhone es que te permite ser casi invisible. A mí, que trabajo de una manera intuitiva, me ha aportado una ligereza física y una gran fluidez».

 

«Tampoco soy una purista de la imagen», admite Saizar. «La fotografía es tal vez el arte que más ha evolucionado y la tecnología aporta nuevas maneras de pensar y de ver las cosas. Con el iPhone, la edición se ha convertido además en algo mucho más divertido y creativo. Procuro ser fiel a la escena que he captado, pero su contenido emocional me pide una u otra cosa».

 

«Me sorprendo a mí misma experimentando a todas las horas, en el metro, en el tren, en los cafés, cuando tengo un rato libre… Este proyecto se ha ido apoderando de mí y el fondo me ha servido para reconectar con el viejo oficio. En el fondo, es como si llevara el laboratorio a cuestas».

 

elmundo.es, Cultura, Carlos Fresneda (20/04/2013)

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Cuatro de la tarde en Dar El Shifa

 El fotógrafo Manu Brabo, Premio Pulitzer

El cuerpo sin vida de este niño sin nombre yace en manos de su padre, agachado en cuclillas, sus manos manchadas con la sangre de su hijo y su rostro ya vencido por el llanto. El fotógrafo dispara su cámara. Click. Manu Brabo rebusca en su memoria los detalles: «Alepo. 3 de octubre. Entre las 4 y las 5 de la tarde. Estábamos un grupo de fotógrafos en el hospital de Dar El Shifa cuando comenzaron a traer heridos provocados por un coche bomba. Entre ellos llega este niño. Veo que lo pasan dentro del quirófano, donde intentan reanimarlo sin éxito. Está muerto. Yo mientras sigo fotografiando fuera a otros pacientes».

El fotógrafo asturiano rememora para EL MUNDO.es la cobertura que le ha valido para ganar el Pulitzer a la mejor ‘fotografía de últimas noticias’, una de las 14 categorías de los premios que da cada año la facultad de Periodismo de la Universidad de Columbia. Lo ha hecho como parte del equipo formado por Rodrigo Abd, Narciso Contreras, Khalil Hamra y Mohamed Muheisen, cinco fotoreporteros de la agencia Associated Press. Anteriormente sólo lo había ganado otro español, Javier Bauluz.

Brabo en 2011. | David. S Bustamante
Brabo en 2011. | David. S Bustamante

Cada conflicto deja un puñado de imágenes que transcienden lo fotográfico para pasar a lo icónico. Esta instantánea, la del niño muerto en brazos de su padre, ya juega en esa liga. El espanto de Alepo, la ciudad aplastada por la represión desatada por Asad, está contenida en esa mueca del padre y en ese niño inerte. La imagen es sencilla y estremecedora. Su autor se acerca un poco más a ese momento: «Después de intentar reanimarle el hombre sacó a su hijo muerto del hospital. Y ahí empezó el drama».

La imagen fue portada de diarios de medio mundo. «El padre se quedó en la calle. No había transporte, ni taxis, ni nadie que lo pudiera llevar a su casa con su hijo muerto. Estuvo 20 minutos llorando con él en brazos. Eso me dejó muy tocado». Es sin duda la más reproducida de su cobertura de cuatro meses entrando y saliendo de la ciudad. «Creo que la imagen representa bien lo que ha sido la matanza indiscriminada de civiles por parte de las tropas de Asad», comenta el fotógrafo. «Al día siguiente, en aquel mismo lugar, después de otra jornada de fotografiar cuerpos mutilados decidí que tenía que largarme de allí por salud mental, cosa que terminé por hacer».

Brabo pertenece a una generación de fotoperiodistas jóvenes premiada y valorada fuera de España (Samuel Aranda, Ricardo García Vilanova, Bernat Armangué, Guillem Valle, Maysun, Diego Ibarra…) que tiene que autofinanciarse para poder hacer su trabajo pero que suele publicar en los medios internacionales más importantes. «Es cierto que estas coberturas en conflictos te hacen una cicatriz, pero no lo haces sólo por lo que dejas, sino por lo que te llevas. Y yo me llevo ser testigo de una parte de la historia. Si este premio sirve para poder seguir contando a través de la cámara, lo doy por bueno».

fuente: elmundo.es, Alberto Rojas (16/04/2013)

 

 

 

 

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Muere el fotoperiodista Paco Elvira en las costas del Garraf

 

 

El fotógrafo, desaparecido desde el sábado, sufrió un accidente mientras recogía información para un libro

 

 

 

 

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Paco Elvira en una de sus exposiciones en San Sebastián. / JAVIER HERNÁNDEZ

 

 

El fotógrafo Paco Elvira (Barcelona, 1948) ha fallecido al sufrir un accidente en el macizo del Garraf (Barcelona) y despeñarse en la roca La Falconera. Elvira estaba desaparecido desde el pasado sábado y su cuerpo sin vida ha sido encontrado esta mañana por los Mossos d’Esquadra. El reconocido fotoperiodista colaboró en diversos medios, entre ellos EL PAÍS, fotografiando conflictos internacionales. Destacan sus cinco viajes para cubrir los problemas de Irlanda del Norte. El fotógrafo documentalista y de viajes publicó en dos ocasiones su fotos como las mejores del año en el Photography Year Book.

 

«Creo que mi foto más conocida es una que hice en un viaje por China, en la que se ven unos niños jugando a básquet en medio de la estepa mongola», explicaba en 2004 en una entrevista. En 2011 publicó los libros “La guerra civil española. Imágenes para la historia” y “La transición española. Imágenes de la sociedad en los años del cambio”.  Además de dar clases en la facultad de Periodismo de la UAB y en la Pompeu Fabra, en la actualidad Elvira colaboraba regularmente con las agencias Getty Images y A.G.E.Fotostock. Elvira es autor de la novela Un día de mayo y preparaba su segunda obra.

 

 

 

elpais.com (01/04/2013)

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La Guerra Civil del fotografo anonimo

 

 

 

 

Recobradas cientos de imágenes sin autor de la vida cotidiana en el conflicto

 

 

 

g.civil

Un comisario político se dirige a soldados que ayudan a segar

 

 

 

Era un lote ciertamente intrigante el ofrecido por Soler y Llach en Barcelona en julio de 2010: un archivo con 1.400 negativos, la mayoría imágenes de la Guerra Civil realizadas por un fotógrafo anónimo. Habían sido recuperadas en el sur de Francia. Desfiles de milicianos republicanos en diferentes localidades del frente de Aragón, campos de instrucción del Ejército Popular, pase de revista de las tropas, vida cotidiana de los soldados… Comiendo, descansando en las trincheras o interrogando a prisioneros, efectos de las bombas, fuego cruzado en el río Segre, tanques en acción… Las imágenes inéditas ofrecían también un inigualable pasaporte a la vida cotidiana en Barcelona: competiciones deportivas o grupos de bañistas en Sitges, Castelldefels o Badalona, instantáneas de las elecciones de 1931 y de los hechos de la Revolución de Octubre de 1934. Todo ello identificado y conservado en tres pequeñas cajas, una de madera y dos de latón.

 

El lote, que partía con un precio de 25.000 euros, quedó sin postor. No se volvió a saber más de las fotografías. Hasta ayer. La Comisión de la Dignidad, asociación que ha litigado por el regreso a Cataluña de los llamados papeles de Salamanca, explicó que los había adquirido hace 15 días por 7.500 euros, en una subasta por Internet.

 

La historia pareció entonces repetirse. Según Josep Cruanyes, portavoz de la entidad, los negativos pertenecieron a un fotógrafo que estuvo movilizado en la 30ª División del ejército popular que había integrado la columna Macià-Companys. Se los llevó en su exilio a Francia, como hizo Agustí Centelles, el fotógrafo más famoso de la contienda española. A diferencia de Centelles, este autor desconocido no los volvió a recuperar jamás. “Los hemos comprado a un intermediario de Barcelona, pero los ha vendido un militar retirado de Perpiñán, de unos 80 años, hijo de otro militar exiliado que estuvo en campos de refugiados franceses”, explicó Cruanyes. Defendió que las fotografías son “más ricas que las de los corresponsales de guerra que visitaban el frente de forma esporádica”.

 

Se ha podido comprobar que el fotógrafo trabajó con dos cámaras, una Leica y otra con negativos de 3×4 centímetros. “Eso denota que era un profesional”. En los negativos, muchos de ellos conservados ya recortados y otros como parte de su rollo original, se pueden leer los nombres de localidades como Grañén y Berdegal, en Huesca, barranco de Badaüll, en Llimiana, Montgai, Baldomà, Linyola o Sanahuja, en Lleida, o Martín del Río, en Teruel, y otros escenarios del frente de Aragón y del Segre. También los de mandos como Víctor Torres, comisario de la 146ª Brigada Mixta, el comisario de división Jaume Girbau o el teniente coronel Felipe Galán, jefe del XI Cuerpo del Ejército.

 

Imágenes positivadas y las cajas con los negativos. / J. Á. MONTAÑÉS

La Generalitat no las quiso por considerar que su calidad no era comparable con la de otros fotoperiodistas. La compra se ha realizado con aportaciones de 53 personas. Entre todos han reunido 10.000 euros, el dinero necesario para su compra y estudio, tarea que realizará la asociación Fotoconnexió, asesorada por técnicos del Arxiu Nacional de Catalunya (ANC). El resto será para exponerlas y editar un libro. En 2014, el fondo se entregará al ANC.

 

Cruanyes se aventura a lanzar un nombre: el del fotógrafo Andreu Puig Farran, fallecido en 1982. “La historia de este fotógrafo coincide con la de estas imágenes, ya que Puig estuvo en el frente y acabó en el exilio llevándose su archivo… que no recuperó jamás”. Ahora comienza el estudio del fondo y es pronto para conclusiones. En varias de las fotografías aparece una mujer. En uno de los negativos se puede leer su nombre: Maria Fabregat. En otra, esta joven, de amplia sonrisa, aparece junto a un sargento republicano, el mismo que aparece en otra imagen, apoyado en el quicio de una puerta. Quizá, solo quizá, el militar es el autor de todas estas misteriosas fotografías.

 

elpais.com, Cultura, José Angel Montañés (28.03.2013)

 

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El fotografo que se volvio invisible

 

 

 

RAFAEL TROBAT REÚNE CASI TRES DÉCADAS DEDICADO AL GÉNERO DOCUMENTAL

 

 

Detalle de ‘Saludo militar’, de 2000. (Galería fotográfica de Rafael Trobat)

 

http://www.elconfidencial.com/multimedia/album/ciencia/2013/03/09/photobolsillo-dedica-un-libro-a-rafael-trobat/#-19926

 

 

Desaparecer y evaporarse mientras un musculoso joven acaba de arrancarse el tanga con el aliento del jaleo femenino sobre la nuca. Más difícil todavía: volverse invisible en pleno magreo con una cámara entre las manos sin parar de disparar. A la vista de todos hasta que el fotógrafo consigue disolverse a la vista de todos. La ilusión del arte contemporáneo hace del artista un creador, pero en realidad es un receptor. Alguien que da forma a lo que se recibe.

 

Rafael Trobat (Córdoba, 1965) no es un creador, es un receptor. Toma prestada la realidad para interpretarla. Por eso su fotografía puede leerse como el fruto de una colaboración en la que su cámara y lo que retrata entran en comunión. Él lo llama respeto y lo repite. Respeto por el modelo, por la situación, respeto para desaparecer. Cuando la fotografía es el resultado de un diálogo la imagen habla, si nos paramos a escuchar.

 

No es Rafael Trobat un fotógrafo ausente: participa, se hace visible e interviene, hasta que termina por desvanecerse ante los ojos y las conductas de sus sujetos de investigación, que desde hace casi tres décadas son nicaragüenses, hondureños, salvadoreños y españoles básicamente. Ahora ese trabajo se resume en un nuevo capítulo de la colección PHotoBolsillo de la Fábrica.

 

 

 

País intimidad

 

 

Andrea Dworkin, polémico pensador y escritor estadounidense, aseguraba no tener paciencia con los invulnerables, “con aquellos que han quedado tocados por algún temporal, aquellos que nunca se han derrumbado, que nunca se han hecho pedazos y se han vuelto a recomponer”. Esos tampoco son los personajes de nuestro fotógrafo, que prefiere lo que no es muy lindo, seres con grandes puntadas, con desgarrones mal cosidos. Las heridas que dejan ver, más allá de un cuerpo malogrado, las costuras de una nación. El país favorito de Trobat es la intimidad.

 

La invisibilidad se consigue a base de estar absolutamente presente, que exista la aceptación y el pacto tácito. La presencia continua hace que pase desapercibido”, aclara el fotógrafo al que la casualidad le cruzó en su vida a la maestra de maestros Cristina García Rodero, mientras esta era docente de la Facultad de Bellas Artes. Desde entonces, se ha mantenido fiel a su magisterio.

 

“La fotografía documental, despreciada en este país, adquiere con Cristina García Rodero una categoría que no tenía hasta ese momento. Logró que se entendiera como un medio de producción artística como cualquier otro arte. Cristina cerró ese debate y acabó con los complejos. Además, es un ejemplo de lucha, superación y enriquecimiento”, contesta expresivo para señalar los frutos de quien ha dedicado una vida entera consagrada a la fotografía.

 

 

 

Larga vida al documento

 

 

La fotografía documental trabaja, como vemos, en las antípodas de un paparazi. Mientras uno respeta, el otro roba fotos. Uno se muestra, mientras el otro se oculta. El primero llega, toma y se va, el otro pasarán días hasta que desenfunde su cámara. Tampoco el fotógrafo documental tiene comparación con el fotoperiodista, por las mismas razones. Sin embargo, el nuevo Premio Hasselblad, Joan Fontcuberta, hablaba con este periódico el día en que lo recogía en Barcelona y decía que fotografiar como Henri Cartier-Bresson ya no tiene sentido.

 

“Me parece una frase más o menos simpática. Quién puede decir nada sobre Cartier-Bresson si una fotografía nos emociona”, apunta Trobat a la provocación de Fontcuberta. “La fotografía permite ser Cartier-Bresson y al mismo tiempo Fontcuberta. Porque la fotografía no significa nada, somos nosotros los que le asignamos un contenido a partir del pie de foto. Eso es lo que plantea Fontcuberta: la duda, que a mí me parece muy sana. La fotografía es el punto de partida de una historia que se puede inventar el espectador”.

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La doble vida fotografica de Echague

 

 

 

El MNAC expone las imágenes ‘pictorialistas’ realizadas en África por este ingeniero militar

 

 

 

La obra ‘Siroco del Sáhara’, obra de Ortiz Echagüe que se puede ver en el MNAC. / GIANLUCA BATTISTA

El primer destino del ingeniero militar José Ortiz Echagüe (Guadalajara, 1886) después de graduarse en 1909 fue la zona del Rif, cerca de Tetuán, donde las minas de hierro que España tenía estaban siendo atacadas por las tribus rifeñas. En África, el joven de 23 años recibió el encargo de dirigir el servicio de fotografía de la unidad de Aerostación, en la que realizaba imágenes, primero desde globos y luego desde aviones, para elaborar mapas y localizar las posiciones enemigas. Pero junto a estas imágenes profesionales, Echagüe también dirigió el objetivo de su cámara de aficionado hacia los hombres y mujeres del país, hacia los paisajes y los temas de la vida cotidiana. Una realidad amenazada, precisamente, por la presencia de las tropas españolas. “Creo que la parte más importante para que un fotógrafo consiga el éxito está en el hecho de ponerse en contacto con los personajes en sus rincones, seguir sus costumbres, observarlas y tratar de capturarlas en su ambiente”, dejó escrito Echagüe en su diario. Casi 80 de las imágenes (pertenecientes a la Universidad de Navarra) que el ingeniero fotógrafo creó en el norte de África, además de una selección de imágenes inéditas procedentes del Archivo General Militar de Madrid con fotografías de dirigibles y vuelos aéreos, pueden verse —hasta el 21 de julio, gratis— en el Museo Nacional de Arte de Catalunya, MNAC.

 

El comisario Javier Ortiz-Echagüe tiene clara la labor de experimentación de su abuelo, creando texturas tras raspar imágenes como Muchacho rifeño, creando primerísimos planos como en Moro del Rif 2, Rifeña 2 o Mora de Fez 3, y nuevas composiciones en diagonal, puntos de vista y luces extremas, parecidas a las que luego usaron las vanguardias, como en Porteadores. “Presentes en sus primeros años, no las abandonará nunca”, asegura.

 

‘Moro del Rif 2’, obra de Ortiza Echagüe que se puede ver en el MNAC. / MNAC

Sus fotografías de niños, jinetes armados, comerciantes o incluso escenas de la cruda guerra, son perfectamente reconocibles. Reveladas manualmente, con mucha paciencia y habilidad, Echagüe usó la técnica del carbón fresson —en la que empleaba serrín que luego rascaba para sacar la luz—, interviniendo en el resultado final de cada una de las imágenes. Representante del pictorialismo fotográfico español —algo que él negaba— sus obras, que parecen más grabados que fotografías, van más allá del mero registro de la realidad.

 

Tercer piloto de aviación con título en España, Echagüe fue un pionero con vida de novela. Tras volver de Marruecos, abandonó el ejército y fundó en 1923 Construccions Aeronáuticas SA (CASA) y, en 1950, la empresa de automoción SEAT.

 

Echagüe realizó varios libros que le dieron fama mundial. American Photography lo consideró el tercer mejor fotógrafo del mundo en 1935. Publicó Tipos y Trajes de España (1930), España. Pueblos y paisajes (1939), España mística (1943) y España. Castillos y alcázares (1956). Echagüe retomó su pasión por África al final de su carrera en tres viajes en 1964 y 1966 (cuando tenía 78 años). Ahora, el fotógrafo se centra más en paisajes y arquitecturas utilizando la misma técnica de carbones de gran formato e intentando ocultar los elementos más modernos que ya se percibían en la sociedad norteafricana. De esta etapa es una de sus imágenes más famosas: Siroco del Sahara publicada hasta en China y Moscú (fue portada del diario Pravda en 1966). “Son imágenes oníricas e incluso surrealistas”, asegura el comisario delante de Fez 1, en la que el enorme grupo de hombres parece ajeno al fotógrafo. Todos menos un niño que corre en su dirección “y que parece un Cartier-Bresson”, señala Echagüe nieto.

 

Las imágenes de Ortiz Echagüe recuerdan a fortunys fotografiados. En abril, el diálogo entre los dos autores será posible. Será tras inaugurarse la exposición monográfica que el MNAC ha programado alrededor de la enorme La batalla de Tetuán de Marià Fortuny.

 

elpais.com, José Angel Montañés (15/03/2013)

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